Luis Grijalva, la siguiente paradoja

 


Por Godo de Medeiros 
| Fotografía: agn.gt

Quizás sea por el coraje de muchos de sus hijos o acaso por el espíritu rebelde de otros de sus tantos que Guatemala se niega a morir en definitiva en el tránsito de la historia hacia un mundo en el que parece ya no haber cabida para la mayoría de países en los estamentos del desarrollo científico, social y tecnológico.


En 1967 le fue conferido el Premio Nobel de Literatura a Miguel Ángel Asturias y aquel hecho marcó una de las grandes paradojas por ser nuestro país solamente superado por Haití en las estadísticas de analfabetismo en América Latina y el Caribe (cuando no en el mundo entero).


Veinticinco años después de aquel memorable acontecimiento, en 1992, Rigoberta Menchú Tum era galardonada con el Premio Nobel de la Paz en una nación sumergida todavía en un conflicto armado interno en el que los pueblos indígenas fueron el objetivo estratégico de la oligarquía nacional y del Ejército para su aniquilación o exterminio, tal y como quedó demostrado con una sentencia por genocidio que de inmediato los sectores de poder anularon como para no cargar aquello de por vida en la conciencia.


Anclada en su histórica problemática estructural en pleno siglo XXI, el mundo supo nuevamente de la existencia de Guatemala hasta en 2012, cuando un atleta indígena qeqchí surgido en la marginalidad y el abandono se colgó la medalla de Plata en la especialidad de marcha en los Juegos Olímpicos celebrados en la capital de Inglaterra.


En el universo asturiano, los pueblos ancestrales son reivindicados por su determinación de resistir a las embestidas contra su cultura en escenarios desfavorables de abandono y miseria, de despojo y agresión. Y estos hechos, narrados desde el recurso de la literatura, abonan a esa paradoja en la que queda expuesta la realidad de un país cuyos habitantes originarios acaban dándole las más gratas satisfacciones pese a ser sometidos a las peores decisiones de una elite egoísta y criminal que basa su razón de existir en la avaricia y la diseminación de fobias y odios.


No extraña para nada que como producto de las desigualdades sociales y económicas, grandes contingentes de hombres y mujeres, jóvenes y adultos de capas medias y bajas, y de distintas ascendencias lingüísticas, hayan abandonado el país y que ahora se constituyan nada menos que en el principal sostén de la economía nacional, al enviar a Guatemala anualmente más de Q173 mil millones, superando los Q114 mil millones del presupuesto nacional.


Si de los pies que simbolizan las huellas profundas del abandono rural tuvimos la dicha de celebrar una medalla olímpica, no está lejos que de otros pies que a la vez simbolizan los pasos que cruzaron fronteras escapando de la pobreza nos llegue el júbilo de otra medalla que constituirá la siguiente gran paradoja en la que veremos cómo aquéllos a quienes el país les negó un techo y alimentos ahora regresan con la gloria servida como un plato de comida en la mesa del necesitado.

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