Un frente contra la III Guerra Mundial


Por Godo de Medeiros

¿Habrá usted visto algún video en el que el presidente de Estados Unidos parece haber perdido la noción del tiempo y del espacio? Si es así, por favor, recuérdelo al final de estas palabras.

Probablemente la falta de trabajo, las deudas o las pérdidas de su pequeño emprendimiento lo mantengan a usted sumido en una dinámica en la que difícilmente sea su prioridad pensar en que la III Guerra Mundial empezó hace ratos.

Es posible que ni siquiera se haya dado cuenta de que los terremotos, las lluvias torrenciales y las tormentas de nieve inusuales hasta hace algunos años tengan menos qué ver con el llamado cambio climático y a lo mejor sea por experimentos que ocurren bajo tierra o bajo el mar.

¿Se trata todo esto de "literatura para jóvenes"?

No, absolutamente no.

Estamos frente a una nueva crisis del capitalismo en la que los valores éticos y morales representan el punto principal de las hostilidades de Estados Unidos, Europa y Reino Unido (Occidente) contra Rusia y China (Oriente).

Occidente representa la visión de la economía salvaje, sin escrúpulos, en que las grandes corporaciones tienen permitido cualquier cosa para mantener sus privilegios por encima de los derechos de los habitantes de los países empobrecidos.

Y para que nadie note esa injusta disparidad, han creado armas de distorsión masiva de la realidad y de manipulación de la información (las corporaciones mediáticas y las gigantes tecnológicas que anteponen el estímulo de las emociones violentas antes que la reflexión y el diálogo, contribuyendo a la vez con la deseducación política y la reducción de las capacidades cognitivas de las masas).

Allan Dulles fue el arquitecto de la pedagogía moderna de Occidente: "De manera imperceptible, pero activa y constante, propiciaremos el despotismo de los funcionarios, el soborno, la corrupción y la fala de principios (...) la honradez y la honestidad serán ridiculizadas como innecesarias y convertidas en vestigios del pasado (...) haremos que los vencidos nos reciban con los brazos abiertos".

En síntesis, los valores de Occidente, rediseñados en 1989 mediante el Consenso de Washington que impuso la reducción del gasto público, la privatización de activos estatales, la protección de las compañías transnacionales y la liberalización de la economía para favorecer monopolios privados, significan ni más ni menos que la depredación sin escrúpulos de los recursos naturales, la estimulación del consumo delirante, la acumulación voraz y el enriquecimiento por cualesquiera medios.

Oriente, por su parte, y en particular China, representa una visión del mundo diametralmente opuesta, en la que el Estado, al intervenir en la economía, genera condiciones de vida ecuánimes para los verdaderos creadores y generadores de riqueza: las trabajadoras y los trabajadores.

Mientras Occidente creó las redes sociales para controlar la mente humana y desestimular la búsqueda del conocimiento científico, Oriente apostó por una cultura basada en el esfuerzo propio y en la educación y el desarrollo científico y tecnológico para alcanzar el bienestar colectivo.

Occidente permite, en nombre del capitalismo y de los negocios, echar mano de prácticas deshonestas con tal de lograr el bienestar individual, mientras que en Oriente se enseña que el mérito del desarrollo pleno pasa por la educación y la disciplina.

Gracias al consumo desordenado y su consecuente desperdicio de alimentos y cosas, Occidente está agotando sus recursos y por tal razón se ha planteado recolonizar o reconquistar África y América Latina, a la vez que trata de hostigar a Rusia y China, tratando de hacerlas caer en provocaciones y justificar la III Guerra Mundial.

Para lograr este segundo objetivo, desde 2014 empezó una cruzada de desinformación contra Moscú y Beijing.

Estados Unidos arrastró a Europa hacia el precipicio. Colocó a un megalómano como presidente de Ucrania y convirtió a ese antiguo territorio ruso en la base militar donde se desplegará el mayor arsenal bélico de la Tierra.

La ambición y la locura no tienen límites. 

Pelear por unos principios y valores no es reprochable, aún cuando no sean los mejores, pero la manera más honesta de hacerlo es discutiendo de frente y con argumentos.

La reciente visita de Joe Biden a Ucrania y Polonia fue una manifestación de soberbia, quizás no de parte del mandatario estadounidense sino de los rostros ocultos que bien podrían acometer alguna maldad mayor para luego inculparlo, haciéndolo parecer como alguien que ha perdido el sano juicio mientras ello sirva para retornar al poder a los republicanos guiados por fundamentalistas que en los últimos años han inundado de odio las redes sociales, que son la otra realidad donde el mundo parece no sufrir ninguna amenaza.

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