Los propósitos que las canciones nos infunden

Texto | Godo de Medeiros

[En recuerdo amoroso de Luna]

Entre los cinco o siete discursos que en realidad valió la pena escuchar a lo largo del más reciente periodo de sesiones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el de la primera ministra de Barbados, Mia Amor Mottley, me cautivó por una frase que de inmediato se enraizó en mi memoria: «Nada justifica hacer más difícil la vida de las personas por diferencias ideológicas». Se refería al inhumano bloqueo que Estados Unidos mantiene en contra del pueblo de Cuba desde hace sesenta años, recordando al mismo tiempo que desde hace tres décadas se han emitido resoluciones que instan a la eliminación de aquella humillante coerción que rechaza la totalidad de países del mundo, excepto Estados Unidos e Israel.

La notoria franqueza del discurso de Mottley atizó algunos recuerdos de mi peregrino baúl.

Cuando una tarde ya remota terminé de ver la película The Power Of One (El poder de uno), mi primer propósito fue buscar la información que me llevara a una mejor comprensión de la historia reciente de Sudáfrica. Impelido por las sensaciones que me había infundio Mother Africa (África madre), el end credits de la banda sonora, llegué a recrear mentalmente las vicisitudes de aquella generación de mujeres y hombres que concibieron la lucha organizada contra la ignominiosa segregación racial en el noveno país más grande del continente más depauperado.

Y si las texturas y coro de voces de aquella composición me llevaron a reafirmar mi admiración por el pueblo sudafricano, y, particularmente, hacia seres como Albertina y Walter Sisulu, Winnie y Nelson Mandela, Adelaide y Oliver Tambo, sería un tema del músico Eddy Grant el que me incitaría otros propósitos y me mostraría al ser extraordinario que fue el arzobispo Desmond Tutu, quien luchara decididamente contra el apartheid sudafricano y contra el racismo y la represión hacia los pueblos indígenas y mestizos empobrecidos de Guatemala y quien, además, se constituyó en una de las personalidades que apoyaron la designación del Premio Nobel de la Paz 1992 en la persona de Rigoberta Menchú.

Al escuchar las primeras notas de Gimme Hope, Joa´anna (Dame esperanza, Johanna) me dejé envolver por esa atmósfera de amargura edulcorada amalgamada en el reggae, un género musical arraigado en el caribe latinoamericano.

Después de cuatro décadas de una admirable resistencia del pueblo sudafricano, la minoría blanca que impuso el apartheid retrocedió. Y al derrotar los trabajadores por la libertad a los muy fuertes e imponerse la sensatez, como lo predijeran «el predicador que trabaja para Jesús y el arzobispo que es un hombre pacífico», las leyes racistas fueron derogadas, como deberían de ser derogadas de una buena vez las seis leyes violatorias de los derechos humanos y esclavizadoras que Estados Unidos emitió para hacer la vida difícil al pueblo de Cuba.

Ciertas canciones procuran sensaciones en nuestras vidas que hacen hermosos algunos momentos, ya sea porque nos infundan alegría o tristeza, o porque sencillamente tienen esa capacidad transformadora en nuestro interior como los soles de las tardes cuando se asientan sobre las láminas o los tejados de las casas de los campos y de las ciudades o sobre las sabanas donde suelen pastar apacibles las vacas con sus crías o sobre el sombrero del campesino taciturno que regresa del pueblo con el perro a la par.

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