«Oigan bien lo que voy a decirles...»



Texto |
Godo de Medeiros

En la tarde de un día de julio de 2009, llegó a casa en brazos de Guigou, apenas dos meses y días después de nacer. Mientras caminaba estrechándola contra su pecho, Guigou eligió el nombre de Luna para ese ser adorable que llenaría de alegría nuestras vidas. 

Desde el umbral de su nuevo hogar, Luna comenzó a explorar los ambientes y una semana después nos sorprendió con su primer atrevimiento. 

Una tarde estuvimos buscándola y llamándola sin éxito hasta que, gracias al reflejo de los grandes ventanales del salón, detectamos un discreto movimiento en el sofá, sobre el que habíamos puesto una manta. 

Con gestos le indiqué a Guigou que nos posicionáramos en un punto desde donde pudiéramos ver los muebles y que desde allí la llamáramos un par de veces y de inmediato nos calláramos. Fue entonces cuando poco a poco asomó su cabecita, pero cuando nos escuchó decir Luna de nuevo, inmediatamente volteó la cabeza debajo de la manta y desde ese momento se convirtió en un simpático juego de escondite que terminó con una serie de acariciando con una inteligencia admirable al adorable cachorrito granjero de pelaje negro. 

¿Cómo se las arregló para subirse al sofá y meterse debajo de las sábanas para que no la encontráramos fácilmente? En la butaca contigua había unos cojines con fundas de flecos que sin duda intuyó que le facilitarían llevar el cojín al suelo, que luego arrastró y usó como escalón para subir sin mucho esfuerzo.

Por esos días descubrimos otra peculiaridad que me llevó a fantasear con que al no ser correspondida en sus necesidades de alimentación y afecto, nos diría lo siguiente: «Oigan bien lo que voy a decirles, porque no voy a repetirlo ni una ni dos ni tres veces: ¡A mí me hacen cariñito, o hago travesuras!».

Por alguna ingrata razón, a estos nuestros aliados incondicionales solemos imponerles tareas de policía o de soldado y no entiendo cómo caí en la desafortunada costumbre de no salir de casa sin decirle: «¡Por favor, Luna, cuide a Guigou!». Y, en efecto, Luna se convirtió en la compañía inseparable de Guigou en incontables tardes y noches, en particular durante los inviernos en que las tempestades amenazaban la tranquilidad de una adolescente que supo leer cabalmente los propósitos que la vida asigna sutilmente a las relaciones entre humanos y animales.

Por muy grosero que pueda parecer a quienes no han tenido la experiencia de convivir con un perro o una perra, hay que admitir que lo que estos seres nos dispensan es más auténtico que aquello que podamos ofrecernos entre humanos.

Una mañana en que jugábamos pelota, Guigou se desplazó hábilmente hacia su izquierda mientras yo hacía una serie de amagues para engañar a Luna antes de enviar el pase, lo que resultó inútil, porque se lanzó espectacularmente y atrapó el balón en el aire. Fue entonces que inexplicablemente irrumpió en mi mente la imagen de Gaetano Scirea. Sin mala voluntad, le dije a Guigou: «Lo que acaba de hacer la Luna sólo podría hacerlo un líbero auténtico, un verdadero líbero como Gaetano Scirea». Y a partir de aquella mañana, cada vez que íbamos a jugar pelota y veíamos a Luna retozar no dejé de repetir estas palabras: «¡Queremos ver un líbero, queremos ver un líbero!».

Aquel futbolista excepcional, fallecido trágicamente un mes de septiembre, habría inspirado al formidable periodista italiano que inventó la posición de líbero en el futbol.

La manera en que Scirea se condujo por la vida es conmovedora. Formado en la mocedad en el Atalanta Bergamasca Calcio, más tarde en la Juventus y en la selección de Italia sería figura señera por la exquisitez de su técnica, su precisión y elegancia, pero por sobre todas las cosas su dignidad, sencillez y generosidad humanas que ratifican las 12 tarjetas amarillas que le mostraron durante los 601 partidos que disputó en 16 años de carrera sin que haya visto una sola tarjeta roja.

Cuando nos dejamos regir por la banalidad y las pasiones, nos privamos de lo realmente importante. Lo que conmueve en un ser humano es la determinación de alejarse del resplandor de su propia grandeza.

A las 12:50 del pasado viernes 16 de septiembre, el corazón de Luna se detuvo. 

Recién en la noche del miércoles nos había brindado el último de sus afectuosos gestos con él, quien tal vez quiso decirnos que en la juventud como en la vejez, en la vitalidad como en la agonía, su determinación de mantenerse digno fue la huella más profunda que dejó en Su El paso por la vida fue un ser desprovisto de malicia y egoísmo que apareció en el mundo con la gracia de quien se esconde bajo las sábanas de un sofá para cambiar travesuras por cariño.

2 Comentarios

  1. Hola Godo, la forma de trasladarnos lo que Luna significó es extraordinaria, digno de ti...te abrazo en la distancia

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  2. Que bello relato el de Luna. Un abrazo querido Godo

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