Las encuestas no mienten, pero pueden incitar

 


Por Godo de Medeiros


La encuesta de Prensa Libre y Guatevisión sobre intención de voto publicada el 2 de mayo desató un pánico normal, aunque innecesario, entre quienes vieron con sorpresa el porcentaje elevado con el que uno de los presidenciables lideraba los resultados.


Ese día, Radio Punto difundió los datos de una medición hecha en Facebook que coincidía con aquella en lo referente a los primeros dos rivales que encabezaban las preferencias. 


El 28 de abril, Nuestro Diario había dado a conocer un sondeo en el cual el mismo candidato figuraba a la cabeza de la muestra que el periódico más leído del país levantó a través de sus plataformas digitales. 


Nosotros socializamos el 25 de abril algunas cifras que una fuente confiable nos compartió sobre un estudio independiente levantado entre el 8 y el 17 del mismo mes, en donde igualmente aparecía el puntero, pero en la quinta posición, aunque con un crecimiento vertiginoso.


Un socorrido lugar común nos dice que las encuestas son como fotografías instantáneas y que basta con unas cuantas entrevistas para recoger un diagnóstico completo de cómo piensa la mayoría de personas en una comunidad. Y esto es así.


El momento en que se recoge la muestra es clave, porque puede ocurrir una serie de hechos que modifiquen la percepción de las personas respecto de algo o de alguien, siendo para ello necesario unas cuantas pero bien estructuradas entrevistas.


Una encuesta no miente. En cualquier caso, serán los encuestados quienes lo hagan, aunque lo más probable es que contesten las preguntas basados en la impresión que pudo causarles algo o alguien en los días previos y durante el estudio.


No obstante ser instrumentos valiosos para la toma de decisiones con una correcta metodología al momento de recolectar la información, los resultados pueden influenciar la opinión pública sin una adecuada explicación.


En nuestros países, la gente que participa en procesos electorales es voluble y tiende a dar por perdidas sus batallas al menor atisbo de derrota. Así, por ejemplo, quienes quizás pensaban en votar por el candidato X se inclinarán por el Y o Z si lo ven en los últimos puestos de una encuesta. ¡Peor aún si ni siquiera aparece!


De aquel modo es como las encuestas incitan a los potenciales votantes, quienes raras veces se ocupan de las sutilezas que hay detrás de un resultado que siempre será susceptible de revertir, como ha ocurrido en el futbol cuando la afición del equipo que ha perdido en la ida lo maldice y le retira el apoyo momentáneamente para después recibir el portazo en el rostro en la vuelta cuando el conjunto logra la remontada. ¡Esos son milagros!, dirá usted. Sí, pero ocurren.


Quizás en sociedades altamente politizadas las consecuencias de una encuesta no causen mayores sobresaltos como en Guatemala, cuyos niveles de raciocinio son bastante bajos y en donde el mito y el pesimismo son el capataz que impone las reglas del juego electoral.


En su orden, a la gente le aflige que el dinero se le haga agua y que le "peinen" el celular o la moto en la calle; la pone para balazos estar pagando "mordidas" y no conseguir "chance" por ninguna parte. 

No obstante, la principal necesidad de la población guatemalteca es el optimismo (y la felicidad).

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