La caída del último bastión

Texto | Godo de Medeiros

Jordán Rodas Andrade ha sido relevado en el cargo de procurador de los derechos humanos y se erige ahora en una de las personalidades históricas que el pueblo habrá de recordar por el coraje y la determinación con la que enfrentó todo tipo de odios, intrigas y amenazas en el periodo más tenebroso de la mal llamada era democrática en Guatemala.

Nunca desde su fundación en 1985 la Procuraduría de los Derechos Humanos (PDH) había sufrido ataques tan enconados y perversos.

No obstante, Rodas Andrade demostró unas cualidades que la gente inteligente debe incluir como pan para su matate. Su dominio del equilibrio es una de ellas. Y a pesar de la asfixia económica impuesta por un pobre diputado con demasiado poder, el Procurador no cedió a la extorsión y al chantaje, demostrando a la vez que es totalmente falsa la teoría de que la necesidad tiene cara de chucho de la que la mayoría de empresarios, políticos y funcionarios echan mano para justificar la prostitución de los principios o valores éticos.

Las mejores lecciones de vida las dicta la naturaleza.

Cuando la mayoría de la población ha sido inducida sutilmente a aceptar su esclavitud renunciando al conocimiento y a su formación crítica, lógicamente tendremos una ciudadanía sin las herramientas adecuadas para discernir los mensajes, de tal suerte que algunos creen que los derechos humanos son malos porque así lo dijeron en la radio y en la tele.

La cultura de los derechos humanos es inherente al desarrollo. 

Suiza, Alemania, Suecia, Países Bajos y otras potencias europeas no fueran lo que son actualmente sin la cultura de los derechos humanos. Lo mismo puede decirse de Estados Unidos, el máximo defensor del capitalismo. Los derechos humanos son aliados del progreso y el desarrollo y sólo una mente demasiado primitiva puede suponer lo contrario.

Decía líneas arriba que la naturaleza nos da las mejores lecciones de vida. Y agregaría que las virtudes que mejor inspiran han sido cultivadas por personalidades sencillas, modestas, que supieron discernir el lenguaje de las tormentas y resistieron sus embestidas.

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